Nací en el poblado de Jesús Rabí en Calimete, provincia de Matanzas. Fui un niño prematuro, vine al mundo con solo seis meses, por lo que desarrollé la enfermedad ocular retinosis de prematuridad (ROP). Por esto, mis primeros estudios los realicé en la Escuela Especial Abel Santamaría Cuadrado, en La Habana.
Mi vida fue desarrollándose con ciertas particularidades. Fue mi abuela paterna quien me guió y educó desde niño, durante años viví en su casa. Mi padre, dos hermanos y familiares viven en ese poblado y mi mama en La Habana, pero siempre sentí el apoyo de todos. Desde temprana edad fui muy dedicado a los estudios. Terminé el preuniversitario becado y pude matricular en la Universidad de Matanzas “Camilo Cienfuegos” la carrera de Derecho. Estuve activo en la misma por más de diez años. En este tiempo comencé a congregarme en la Iglesia de la Liga Evangélica de Cuba en mí pueblo. Allí eché raíces y pasé parte de mi vida. Fui nombrado progresivamente como Anciano, diácono, líder de jóvenes, entre otros. Pasé por varios seminarios de la denominación, varios cursos Bíblicos Internacionales, un Seminario de Formación Pastoral durante cuatro años, pero la sensación de que faltaba algo permanecía latente en mi interior. En algún momento supe de la Pastoral de Personas con Discapacidad (PPD) del Consejo de Iglesias de Cuba (CIC) y progresivamente me fui involucrando en el quehacer de la misma.
En el año 2009 comencé a visitar el SET, para encontrarme con el estudiante Rolando Verdecia, quien también trabajaba al igual que yo vinculado a la PPD. Por el equipo Nacional de la Pastoral -del que he sido parte hasta hoy-, participaba de los cursos de formación que se convocaban. Fue entonces que comenzó a interesarme la formación teológica que se impartía aquí, o quizás, empecé a decidirme por ella. Aunque actualmente mantenemos excelentes relaciones, a la denominación donde me congregaba le disgustó que entrara al Seminario a estudiar.
La posibilidad de comenzar mis estudios de Licenciatura en Teología en el SET ocurrió en el año 2018. Los primeros tiempos aquí fueron difíciles, muy difíciles. Si bien es cierto que ya venía con formación universitaria, constituyó un reto salvar las distancias ante la extensa bibliografía de la carrera y algunos textos que eran imprescindibles y dificultosos para leer porque me golpeaba la situación de discapacidad. Sin embargo, todo el proceso fue hermoso y edificante, porque nunca me sentí solo. Conté con el apoyo de los estudiantes y profesores. También mis hermanos en la fe me ayudaron a la hora de hacer las lecturas correspondientes a las asignaciones de las diferentes asignaturas. Si he de ser totalmente sincero, creo que no todos los profesores se identificaron plenamente con mi vida estudiantil y lo que eso significaba para mí, quizás porque nunca fueron del todo consientes del esfuerzo que eso implicaba; pero muchos sí lo hicieron y eso lo he guardado en mi corazón como un recuerdo más que valioso. Muchas asignaturas me marcaron y ayudaron en mi crecimiento como estudiante y como ser humano, especialmente las asignaturas de la Cátedra de Teología en general, e Historia de la Iglesia.
Durante estos años de estudios, conservo muchas historias y recuerdos gratos de profesoras y profesores y no digo nombres para no omitir a alguno. Pero hubo dos acontecimientos que atesoro y me llevo con mucha gratitud: a Dios primeramente y a ellos. Hay asignaturas en que el aprendizaje fue más difícil y
trabajoso, como ya les dije, por no poder interactuar mejor a causa de la bibliografía y los lectores de pantalla que las personas ciegas usamos en Windows o Android. Pues un profesor en particular estuvo dispuesto a aprender el Sistema Braille, si es que eso ayudaba para impartirme mejor la asignatura.
Fueron muchas las ocasiones en que otra profesora, se sentó a mi lado en clases para describirme el material audiovisual que estábamos utilizando en clases.
En estos momentos me congrego en la Iglesia Asamblea de Dios “Emanuel”, en Los Palos. Allí me he encontrado con el amor, cariño, apoyo y respeto de los miembros, los líderes de la congregación, el del Pastor… y el de mi esposa. Formé mi hogar con Yusley Rivero Salomón, ciega también. A ella le debo, por mucho, poderme llamar hoy Licenciado en Teología. Su ayuda y apoyo ha sido incondicional. Le agradezco a Dios el haber podido contar con ella, al menos desde que llegó a mi vida, ya en mi última etapa en el SET como estudiante y hasta la fecha. Ambos ampliamos la familia uniéndonos con Joan Daniel, el hijo de Yusley, de 16 años y mi niña Marian Aisha de seis años, los dos hasta ahora videntes.
Ella es una niña muy alegre y nos va guiando por las aceras y jardines de aquí, agarrándonos con sus manitos.
Ahora que concluí mis exámenes y estoy en espera de recibir mi título en el Acto de Graduación, me llevo la satisfacción del deber cumplido: el haber podido honrar la palabra empeñada alguna vez a la Pastoral de Personas con Discapacidad del Consejo de Iglesias de Cuba; la sensación indescriptible de que Dios siempre estuvo conmigo, aun cuando parecía imposible. Siempre confié que si Él me había traído hasta aquí, cumpliría su propósito en mí.
Y casi al partir, tengo un sueño: quisiera continuar el proceso formativo. Ya Dios dirá, quizás iniciar después algún doctorado para poder servir a otros. Para esto he sido preparado. Esa es la esencia nuestra: ser agentes de reconciliación y edificación a otros.